Comisariados otros: Procesos en realidad.

Comisariados otros: Procesos en realidad.

Lola Barrena.

La construcción gramatical de estas cuatro palabras en dos frases unidas por el signo “:”, en principio, parece una forma de unir cuestiones que no deberían estar juntas. Un comisariado es siempre otro por definición; como la obra de arte, debe ser original y discursivo, pero añadir el determinante indefinido otros atiende a una manera de cuestionar ese concepto (al menos de manera sutil y la definición de la clase de palabra ya lo indica). Por su parte, el proceso es la consecuencia de la modernidad, un corolario que proviene de la desmaterialización de lo artístico en términos objetuales para fijar la atención y la intensidad en el desarrollo del pensamiento y de la utilización de las ideas. Y, por último, las humanidades permiten encontrar un sistema de valoración que otorga diferentes perspectivas a lo convenido en denominar realidad, añadiendo valores subjetivos de aprehensión.

El sistema del arte actual, en su significación más acusada –hay quien se escapa de esto–, se presenta a partir de objetos o procesos, vengan de donde vengan. La pieza, en sentido genérico, aislada y encapsulada en un lugar, aparece fragmentada por temáticas en relación consigo misma en las salas, sean del tipo que sean, dividida, generalmente, por cronologías en los museos, o por intereses en las ferias o encuentros de visibilidad. De una manera u otra, la categoría que subyace en todos estos dispositivos es, en primera y última instancia, la de utilidad desde el punto de vista de servir para algo que, en el mundo contemporáneo, no tiene otra acepción posible que la de rentabilidad. Y es así porque todas las categorías de la vida han sido resumidas al concepto de útil o, mejor dicho, rentable económicamente: por ejemplo, en la muestra como forma de visibilizar y acumular curriculum, en los museos como modo de generar marca ciudad o en las ferias como producto de compra-venta, y todo con destino a la monetarización.

Incluso los procesos del arte, lo que José Luis Brea denominó Memoria RAM, se han vuelto útiles. No en vano, es esa memoria, la de procesamiento, la que hace posible que la computadora funcione porque sin ella, la de lectura, la memoria en sí, no tiene funciones: la máquina no es útil. Así y en correlato, el tiempo estático y congelado deja de ser de utilidad, deja de ser rentable. Solo el tiempo como cambio tiene sentido y, por lo tanto, no queda espacio para el esponjamiento ni para la paciencia.

Algunas prácticas artísticas han intentado resolver esta circunstancia. Caminar como forma estética, cambiar las coordenadas de localización habituales de los espacios del arte, lo corporal como elemento central del pensamiento o de la acción, etc. Esto es, desplazar el foco de atención hacia cuestiones tan cotidianas como mover las piernas, el territorio o el cuerpo que, en cierto modo, siempre han estado pero ahora abandonan lo simbólico para desarrollarse de forma directa, expandiéndose y alargándose en su propia esencia.

Ante esta situación, cabe preguntarse que si el arte permite cambiar la percepción del mundo, ¿es el momento de transmutar las opciones de mirar? En otras palabras, ¿el arte debe tratarse como espejo deformante de esa realidad o esa realidad debe ser directamente deformada por el espejo? Es decir, quizás se trate de transferir, a través del arte, la incomodidad de la deformación en una realidad que viene dada por la comodidad del todo: del todo en uno, del todo en un click, del todo aún más cerca, del todo así de rápido y del todo así de fácil. Un todo que acumula relatos sin cesar cada vez más homogéneos, y en el que hasta las/os pensadoras/os más reputadas/os y discrepantes también se ponen de moda.

Con este contexto, la categoría de lo artístico debería ser la incomodidad, generada por anacronismo, intromisión o perplejidad en una realidad que es heredera y continuadora de lo verdadero, y así iniciar una operación salida para inundar de lo incómodo –deformado– todo aquello que ha sido diseñado como lo cómodo, lo útil y lo rentable, y que se acepta bajo la apariencia de la posibilidad de discusión pero solo en forma de bucle o de debate bizantino.

En la observación y la corporización del espacio donde tienen lugar esa realidad, esto es, el territorio, se encuentra la posibilidad de desclasificar, por medido de la incomodidad, todo lo que ha sido clasificado y etiquetado: desde la frontera, frontera desplazada o difusa, aguas nacionales, aguas internacionales o suelo urbano, no urbano o urbanizable, incluso, calles, carreteras o parques hasta, cómo no, tiendas, restaurantes, periódicos, televisión o internet. Todo se ha vuelto territorio; todo ha sido colmatado por las ideologías rentables. Pero cada una de estas salas contiene un discurso que se sabe a sí mismo al límite, estirado, pero lineal y monótono. Basta una curva para desestabilizarlo. 

La realidad, el territorio, deja de ser eso que rodea y que nutre de estímulo, y el arte, entendido como divergencia discursiva, como acción crítica y reflexiva, subvierte ese ser del pensamiento homogéneo sobre la utilidad, para derivar hacia lugares mucho más difusos y poner en jaque lo que ha sido establecido como realidad.  Sin sutilezas y de forma algo soez (como la realidad misma): Primark no es solo una tienda, es también el pensamiento imperante, es lo cómodo, lo útil y lo rentable. Frente a estas tres categorías, cabe la posibilidad de introducir la incomodidad, el desafío o la desconfianza que quedan exentas de toda camaradería con respecto a las primeras. Actúan frente al relajamiento y lo manejable, y en una sociedad –global– que ha aumentado de 1000 millones de habitantes (en 1800) a 7400 (en 2018), esas acciones no pueden encapsularse en los lugares que se establecieron a finales del siglo XVIII para distracción del público y las clases sociales que empezaban a tener cierto protagonismo.

La separación de las esferas realidad como estímulo y arte como espejo conlleva la disociación y la flaccidez de la acción, aunque la incomodidad pueda estar incluida. Es en el momento en el que el territorio se convierte en sala cuando las formas de lo artístico revierten en inconveniente. Y así, cada territorio puede ser manifestado en términos de incomodidad (dos puntos) se trata de inocular la duda.

Texto firmado por Lola Barrena.

Back to Top